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Con sabor a madre: el alma en cada olla


En la cocina donde el sol se cuela lento,

vive mamá, entre ollas y murmullos,

donde el humo levanta su propio cuento

y el amor se cuece sin hacer orgullos.


Sus manos, de maíz y madrugada,

doblan tortillas con sabia dulzura,

y en cada soplo que al fogón le agrada

va su paciencia, su risa y su ternura.


El arroz con pollo sabe a su abrazo,

el frijol parado, a noches de cuentos,

y en su sopa caliente cabe el lazo

que une nuestras almas y los momentos.


Ay, madre hondureña de tierra y canto,

tu sazón es bandera, raíz y estrella.

Con cada baleada me quitas el llanto

y en tu sazón descubro lo que más me deja huella.


Aún caminas despacio entre las cacerolas,

silbando un bolero que nadie aprendió,

y yo te miro —como a cosas que no se nombran—

guardando en mi pecho lo que el tiempo te dio.


Gracias, mamá, por cocinarnos el alma,

por tu fe servida en platos sencillos,

por hacer del fogón un templo de calma,

y del maíz, amor hecho en anillos.



 
 
 

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